" Me gustan las ruinas porque lo que queda no es la totalidad del diseño,
sino la claridad del pensamiento, la estructura desnuda, el espíritu de la idea."
( Tadao Ando )
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Me atrapó constatar que podía asociar el término ‘Tuna’ a algo más allá del pescado de agua salada que ya bien conocía.
Resulta que también se llama así a la fruta roja ovalada que produce el cactus.
Cuando encontré un lugar donde coincidían ambos elementos, en principio tan poco afines, era casi obligación trabajar en ello.
Un precinto construido hace décadas para ubicar a cientos de pescadores en el sur de España cada año durante la intensa campaña del atún, se había convertido ahora en una especie de ciudad fantasma degradada en el olvido tras su cierre durante los sesenta.
Ruinas envueltas de una naturaleza salvaje que se ha ido apoderando de todo a base de años.
Como si hubiera cedido por un tiempo un hueco al ser humano, pero ahora reclamase reivindicar quién manda ahí.
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Construido en 1929 por El Consorcio Nacional Almadrabero junto a una antigua explotación pesquera de finales del siglo XIX, El Real de la Almadraba de Nueva Umbría fue concebido para la captación de atún rojo.
Las temporadas duraban de febrero a octubre (incluyendo las labores de apertura y desmontaje), siendo intensas a partir de abril, cuando, desde el Atlántico, los atunes vienen en pelotones en busca del Estrecho y el Mediterráneo para desovar.
La labor requería de unos 210 almadraberos, y, contando sus familias, en aquel lugar convivían más de 900 personas, llegando a convertirse en la almadraba más productiva de la costa onubense, con cifras de captura superiores a los 250.000 ejemplares durante sus más de tres décadas en servicio.
Pero entre 1958 y 1960 se interrumpieron los trabajos por bajo rendimiento, y, tras reactivar las instalaciones en 1961, en 1963 la empresa adujo falta de capturas para determinar su cierre definitivo.
Olvidado por las instituciones desde entonces, la dejadez evidenció un alarmante estado de degradación que activó un importante movimiento vecinal que consiguió que, en 2014, el Parlamento de Andalucía declarase el complejo como Bien de Interés Cultural.
Actualmente, un proyecto de rehabilitación aprobado está a la espera de su ejecución.
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Muy pronto se postuló como fondo habitual de mis escenas infantiles.
Entre tanto color, cantaba como mancha en blanco y negro culminada en torre desde donde seguro que una bruja malísima nos espiaba a todos.
Desde la arena, cubo y palita en mano, los ojos se me perdían allí.
Qué era eso.
Decidí salir de dudas ya adulto. Y desde mi primera visita, adicto.
Tiendo a imaginar metáforas por todas partes, pero en este caso se me puso en bandeja.
Está ahí desde mi siempre, cada año hace peor cara, y, de seguir así, la misma naturaleza que le cedió sitio se lo acabará comiendo.
Es un freak entrañable, el invitado que llega a la boda en chándal.
Pero gana a todos al poseer una buscadísima virtud: es dueño de un silencio sublime que no había oído nunca.
Qué equivocado estaba de pequeño.
No es un sitio, es una lección.
Y no estaba allí espiando; está aquí aguantando.
Mostrándome cada año sus mejores cicatrices, como en aquella escena de 'Tiburón'.
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Fotos tomadas entre 2014 y 2020.