• PH21 Gallery | Collective Exhibition | 2017 march 9 - april 4 | Budapest (HU)
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En pleno agosto, en el Sur de España, ver algún indicio de vida humana fuera de su hogar a según qué horas resulta extraño.
La razón es muy sencilla: el calor; temperaturas altísimas que hacen poco recomendable cualquier actividad al aire libre.
Es entonces cuando, en toda comida, la lógica erige a la Siesta en el plato siguiente al postre; evitando, a resguardo, la violencia del sol en las horas centrales del día, dejando para el atardecer cualquier acto social.
Dormir de día era para los mayores, no para los niños, que, libres de cadenas, veíamos en esas horas el momento ideal para escapar de su tiranía. Quedábamos después de comer, bajo un sol criminal que no importaba, cada uno con nuestra bici, al principio del camino hacia una Carretera Roja que arrancaba en el campo de futbol (donde muy probablemente jugaríamos luego a la vuelta).
Tras hacer las pertinentes comparativas y comentar las últimas novedades de nuestros medios de transporte, iniciábamos ruta.
La Carretera Roja es una especie de camino con mil ramificaciones paralelo a nuestra urbanización que, flanqueado por pinos y toda clase de maleza, vertebraba un bosque que parecía no tener fin.
El tono rojizo predominante de la arena hizo que su bautizo popular no fuese difícil, y pronto cogió fama por su singularidad entre la gente.
Para nosotros, el circuito perfecto donde testar nuestras bicicletas.
Empezaba la aventura por nuestro lugar prohibido favorito, a modo de bosque encantado; uno de aquellos parajes inquietantes que bajo ningún concepto uno visitaría sin luz diurna.
A medida que adentrabas y te alejabas de casa, el silencio se apoderaba del ambiente, escuchando ya poco más que tu propio jadeo, el pedaleo y la fricción de las ruedas. El paseo era atractivo, sí, pero constantemente mirabas a la oscuridad que te seguía a lado y lado, como temiendo que en cualquier momento ‘algo’ que viese en ti un elemento extraño saltase desde su escondite entre los árboles. Así que intentabas seguir adelante sin girar mucho el cuello, pero, cuando todo atisbo de civilización empezaba a quedar lejos, la vocecita te sugería que igual no era tan buena idea adentrarse demasiado más, y que todo el tiempo usado en la ida luego se tenía que invertir en la vuelta.
Tarde o temprano, algún amigo (el cobarde del día) sugeriría con cualquier excusa barata dar media vuelta y todos aceptaríamos aliviados la propuesta.
Coge por la sombra es una expresión muy típica en Andalucía, que oigo desde que tengo uso de razón y siempre encontré curiosa. Es una coletilla a modo de despedida, después del ‘adiós’. Significa cuídate, que vaya bien… y también ‘sé sensato’.
En toda calle, a menos que el sol esté perfectamente centrado en su eje, siempre hay un lado soleado y otro sombrío; en estas geografías, nadie circula por el primero. Así que ese recordatorio anima a caminar por el lado ‘correcto’.
Lo asocio mucho a la gente mayor, a los que por experiencia saben que la seguridad esta en la sombra, y conviene en la medida de lo posible alejarse del sol, que por su agresividad puede hacer que cualquier actividad bajo éste perjudique nuestra salud.
Sin embargo, cuando eres un niño, es un comentario al que no haces caso; pues te lo dice un mayor, suena restrictivo, y como niño tienes aversión a cualquier tipo de norma o imposición. Y, aunque llegues al final sudando, recorres la calle bajo el sol, pues en ese lado hay menos gente y vas más rápido.
Pero siempre me quedó la duda respecto a la composición de lo oscuro de La Carretera Roja.
Y si hubiese bajado de la bici para acercarme y ver que se escondía ahí? Qué era lo que de lejos se veía sólo como una inmensa mancha negra?
De hecho, la claridad el camino que yo recorría lo era por contraste con esa negrura, como cortado a cuchillo a través superficies inacabables de penumbra.
Demasiado fácil. Eso tenía que estar pensado. Tan geométrico, tan limpio ... era deducible que un cerebro humano lo colocó ahí para los estúpidos que no quieren saber más de lo necesario y se contentan con seguir la línea y llegar sin rasguños de vuelta a casa. Era evidente que yo no era el primero en visitar ese sitio; alguien estuvo ahí antes y quería que yo circulase tal como lo hacía, siguiendo su trazado cual títere.
Ese alguien se había adentrado en el bosque y ahora sabía más cosas que yo. Recorriendo sus sombras, tratando de adaptarse o dominarlas, buscando sus lógicas, proyectando las propias, abriendo mil otros caminos menos inmediatos que el que yo pedaleaba.
La realidad estaba ahí, al margen, dejando el camino fácil; La Carretera Roja no era más que una trampa.
Algo me decía que no me haría mayor hasta que entrase y me habituase a esa sombra.
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