Estamos en mar abierto, yo arrastrándola a ella, que está débil y no sabe nadar.
Consigo ver de lejos nuestra barca, así que decido movernos en esa dirección.
Cuando llegamos donde creía debería estar, veo que no hay barca alguna.
Exhausto, giro la cabeza buscándola, pero mire donde mire solo veo mar y cielo.
- Tengo frío.
_
Calles estrechas del casco antiguo de la ciudad, repletas como siempre de turistas.
De pronto, comienza a abrazar y dar besos a todo el mundo.
Todos responden a su cariño, diciéndose entre ellos lo mono que es.
Yo les digo ’he’s magic’, y todos asienten y repiten lo mismo, ‘yeah, he’s magic’.
Eso hace que empiece a llorar, pensando que sería de mí sin él.
Me seco las lágrimas, y, al abrir los ojos, veo que toda la gente está ya al final de la calle.
Corro hacia ellos, pero al alcanzarlos no le veo, así que pregunto a los turistas dónde está.
Nadie sabe de qué estoy hablando.
Todos están en silencio, haciendo círculo a mi alrededor, esperando impacientes como si fuese un guía turístico que les ha de explicar la ciudad.
Trato de hacerlo mientras sigo buscándole con la mirada, pero no hay rastro.
Balbuceo palabras sin sentido mientras pienso desesperadamente dónde puede estar.
Todos me miran con extrañeza y rechazo, murmurando entre ellos.
Nadie entiende qué me pasa.
_
Vamos caminando por la calle, todavía algo tensos.
Hacía mucho que no nos veíamos.
De repente rompe a llover con fuerza y corremos a protegernos bajo un porche.
Yo llego un poco antes, así que veo desde ahí cómo lo hace ella, más lentamente, casi caminando.
Le sonrío, preciosa bajo esa lluvia que parece no importarle.
Me devuelve la sonrisa, apartándose un poco el pelo mojado de uno de sus ojos imposibles, mientras sigue acercándose.
Ya conmigo, sus labios comienzan a cámara lenta el trayecto hasta mi oreja izquierda, donde susurran.
- Aún te quiero.
Y su cabeza aterriza suavemente en mi hombro.
Yo apoyo la mía sobre el suyo, anulando cualquier posible escapatoria abrazando su cintura.
Ahora la única tormenta es la que oigo ahí fuera.
_
Me encuentro en un espacio inmenso, parece una sala de congresos, lleno de gente de pie con túnicas blancas, charlando animadamente.
No sé qué pinto aquí, así que prefiero seguir apartado por cautela, no sea que llegue el Charles Manson de turno y se complique la cosa.
De pronto sube el volumen y la masa se vuelve flecha hacia la puerta de entrada, donde se convierte en un círculo blanco que crece rápidamente.
Risas y aplausos, parece que ya ha llegado el telepredicador para darnos el discurso.
La secta empieza a moverse, parece que rumbo hacia mí. Ya cerca, empiezo a enfocar al líder.
No me lo puedo creer. Es ridículo.
Resulta ser un antiguo humorista que sale mucho en tv sólo por ser pareja de una conocida presentadora.
De pequeño sus chistes me hacían algo de gracia, pero ahora no se la veo por ningún sitio.
Las exclusivas en la prensa rosa le costearon el bronceado uva que le quemó la piel y el blanco nuclear de sus dientes.
El peinado, obra seguro del mismo ingeniero que hace magia con Trump.
Se me nota demasiado que no le creo, así que, como me temía, se acaba de plantar ante mí para venderme la moto.
Me dice algo, pero habla muy bajo y no le oigo.
Le intento hacer ver con un gesto que no sé qué me ha dicho pero puedo vivir con ello; que siga con lo suyo y me deje tranquilo. Que no cuela.
Pero entonces se acerca más, insistiendo en mi oreja:
- No me abandones.
Lentamente, se separa un poco y me dedica diez segundos de sonrisa.
Cuando está seguro de haberme descolocado y sembrado la duda, acentúa su sonrisa, la congela tres segundos más, se gira y sigue camino.
Y me deja pensando, mirada perdida.
Mientras, todo el séquito pasa uno por uno ante mí, sonriéndome, dejándome algunos ‘Lo ves!?’, algún que otro ‘Bienvenido!’ y varios ‘Hermano!’.
_